Monday, November 20, 2006

War.. what is it good for?

Una de las definiciones más antiguas del significado de la guerra nos la brinda Sun Tzu. Para Sun Tzu la guerra era, antes que nada, un arte. Como todo arte, la guerra cumplía sus propias reglas internas, cultivaba el espíritu del guerrero y era, ante todo, un valor que cultivar. De esta manera, Tzu afirmaba: El arte de la guerra se basa en el engaño. En este orden de ideas, el artista de la guerra era aquel que lograba ocultar sus propias acciones al enemigo para finalmente atacarlo.

Para Sun Tzu la guerra contenía 5 factores esenciales. El primero de índole político; el segundo, por extraño que nos parezca, se trataba del clima; el tercero concernía al terreno; el cuarto era relativo al comandante; y, el último, obedecía a la doctrina, entendida como la disciplina del ejercito.

Para el general prusiano Karl Von Clausewitz, la guerra se trataba menos de un arte que de una estrategia. Se trataba, de todas formas, de una acción más comprometida con desarmar el enemigo, y de este modo doblegarlo, que un engaño anticipado. “La guerra es, por tanto, un acto de violencia encaminado a obligar a nuestro oponente a cumplir nuestra voluntad” .

En este caso, el enemigo para ambos autores clásicos de la guerra es una realidad concreta a la que es necesario enfrentarse. Sun Tzu considera que lo inteligente para proceder en este caso es encolerizar al soldado para incrementar el coraje a la hora de enfrentar el enemigo. Por su parte, Clausewitz considera que no hay lugar para consideraciones pacifistas a la hora de vencer al enemigo. “Ahora, los filántropos pueden imaginar fácilmente que hay un método expedito para desarmar y vencer al enemigo sin causar gran derramamiento de sangre, y sentir que ésta es la adecuada tendencia del arte de la guerra. No obstante lo plausible que esto pueda parecer, representa un error que debe ser extirpado, ya que en situaciones tan graves como una guerra los errores que proceden de un espíritu de benevolencia son los peores” .

Ambas citas de los dos clásicos de la guerra dan cuenta de una realidad que para ellos era inherente de la naturaleza del enfrentamiento: el combate cara a cara / cuerpo a cuerpo. Esta condición realmente descarnada de la guerra llevada a la figura concreta del enemigo se cristaliza en la expresión de Clausewitz cuando dice: “… ninguno de los dos oponentes es una persona abstracta para el otro, ni siquiera en cuanto al factor en la suma de resistencia que no depende de cosas objetivas, esto es, la voluntad” .

La historia contemporánea ha demostrado un absoluto giro en relación con el tratamiento de la guerra. Luego de los juicios de Nurenberg contra los atropellos que los nazis cometieron a la población judía y, a partir de este evento, la consolidación de los derechos humanos universales, la guerra cambiaría su curso. Se abandonan la serie de acciones violentas enfocadas a lo concreto del rostro del enemigo para pasar a lo abstracto de los ataques indiscriminados de valor simbólico: de allí la legitimidad de una bomba atómica en contraposición al repudio de un campo de concentración.

El odio jamás volvería a ser el mismo. Se condena la virulencia contra una raza, contra una nación, contra un dirigente concreto para validar los mega-actos de aniquilación contra un concepto, contra una amenaza. La guerra se propone más humana, es un acto aséptico que se lleva de un modo lógico e inequívoco: no es otra la acepción de la guerra quirúrgica: extirpar el malestar de la sociedad como un cirujano extirpa un cáncer: no median los sentimientos, ni hay necesidad de acalorar los soldados para el ataque, como el caso de Tzu. El enemigo está más allá de la frontera humana.

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