una vieja parada de buses
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Es un viejo paradero y aún estoy en él. Espero junto a otros pocos el bus fantasma, todavía se aguarda la última esperanza de que pronto llegará. Todo este paisaje desolado me recuerda la ya vaga historia de Kira. La vez primera que consentí la oportunidad de amar. Si algo fue seguro de esas noches es el hecho de que la logré conquistar a través de un reflejo. En el reflejo se redujo, en aquél tiempo, todo el universo y con él, se redujo toda la potencia erótica. Ya tan lejano resulta ese cristal en cuyo vaho pudo, momentáneamente, el corazón recobrar su ritmo. Todavía en ciertas ocasiones, te digo, se me da por preguntar por esa pantalla empañada llamada Kira. ¿Qué será de esa nube que irrumpió el asolamiento de aquella tarde para darme el todo, colmado de ilusión y tiempo fresco, con el improbable espejismo de una sombra que prometía noche? "Cuidado y te pierdes en el camino", clamaba entristecida Luz, "no sea y te dé por recordar viejos tiempos". En el camino perderse resulta la condición costante, al punto en que, a medio recorrido, no logras reconocer al caminante mismo. Destello y fuga se revuelve en mares de nebulosas fijaciones. Me he desalojado y vuelto extraño con el fin de llegar de nuevo a ti. He de conquistarte ebrio y loco, sin haber conocido jamás de la tierra de la cual provengo. Como Colón he de inventar un nuevo mundo, mi paraíso en tu mirada. También fue un tiempo en que muté el silencio para que se desplegara tu voz sobre todo reino. "Que el canto sea para las sirenas" se declaró en ese tránsito. El viejo paradero deviene teatro, función y repetición, memoria y vida. Los zombies danzan al estrépito de mi carne ahora inanimada. Las hojas del cuaderno caen a los carriles del tren, son como luciérnagas que alumbran el paso de las ánimas viajeras en una ruta distante. El rumbo que choca contra el aire de la noche y las palabras de las hojas de cuaderno que se desparraman en la noche como el aire que choca en las caras frías de las ánimas que danzan al estrépito de su carne aún fría. Y fueron mucho los cuadernos en que la críptica inscripción Kira quedó materializada para luego devenir en un remojón de lluvia sobre las carrileras de los trenes abandonados. Luz torna verde a este punto y da paso libre a los miles de viajeros que andan a través de su carne aún reseca y verde, él es un fantasma del amor, como si ella viera que él ríera mientrás fallece, está converso en otra noche, entiendes? Y ella está en medio de su locura trastocada e intercepta su sombra de amor, le besa y él aún no despierta como frío en su inmovilidad simultánea. La noche se hace profunda y más profunda. Las letras se reinventan en su frente amarga. Ella es un respiro y él la toma de la cara y la besa. Y él ahora danza con ella. En la muerte no creo exista otra Luz que le pertenezca. En la noche tan oscura la Luz no dilata sus ojos. Las hojas de cuaderno que antaño posaban libres ahora vuelan a través de la oscura carrilerra de un tren vago que no demora en partir al pasado: son como bellas luciérnagas en la noche de su muerte sin poder ver Luz. Y Luz bailaba con él cuando ambos se quemaban por sí y la noche arañaba la tristeza de sus corazones secos. Una mañana que él se devolvía triste a casa sintió una luz a su interior y se sentó a reposar en un parque certero pero lo que hacía era cerrar los ojos para tratar de morir por primera vez alegre. Nunca creyó estar de nuevo en esa vieja parada de buses en la espesura de la noche y la soledad, otra vez perdiendo hasta su propio rostro. Un momento familiar en que los demonios del pasado solían ofrecer travesuras a su desvencijado cuerpo.
Es un viejo paradero y aún estoy en él. Espero junto a otros pocos el bus fantasma, todavía se aguarda la última esperanza de que pronto llegará. Todo este paisaje desolado me recuerda la ya vaga historia de Kira. La vez primera que consentí la oportunidad de amar. Si algo fue seguro de esas noches es el hecho de que la logré conquistar a través de un reflejo. En el reflejo se redujo, en aquél tiempo, todo el universo y con él, se redujo toda la potencia erótica. Ya tan lejano resulta ese cristal en cuyo vaho pudo, momentáneamente, el corazón recobrar su ritmo. Todavía en ciertas ocasiones, te digo, se me da por preguntar por esa pantalla empañada llamada Kira. ¿Qué será de esa nube que irrumpió el asolamiento de aquella tarde para darme el todo, colmado de ilusión y tiempo fresco, con el improbable espejismo de una sombra que prometía noche? "Cuidado y te pierdes en el camino", clamaba entristecida Luz, "no sea y te dé por recordar viejos tiempos". En el camino perderse resulta la condición costante, al punto en que, a medio recorrido, no logras reconocer al caminante mismo. Destello y fuga se revuelve en mares de nebulosas fijaciones. Me he desalojado y vuelto extraño con el fin de llegar de nuevo a ti. He de conquistarte ebrio y loco, sin haber conocido jamás de la tierra de la cual provengo. Como Colón he de inventar un nuevo mundo, mi paraíso en tu mirada. También fue un tiempo en que muté el silencio para que se desplegara tu voz sobre todo reino. "Que el canto sea para las sirenas" se declaró en ese tránsito. El viejo paradero deviene teatro, función y repetición, memoria y vida. Los zombies danzan al estrépito de mi carne ahora inanimada. Las hojas del cuaderno caen a los carriles del tren, son como luciérnagas que alumbran el paso de las ánimas viajeras en una ruta distante. El rumbo que choca contra el aire de la noche y las palabras de las hojas de cuaderno que se desparraman en la noche como el aire que choca en las caras frías de las ánimas que danzan al estrépito de su carne aún fría. Y fueron mucho los cuadernos en que la críptica inscripción Kira quedó materializada para luego devenir en un remojón de lluvia sobre las carrileras de los trenes abandonados. Luz torna verde a este punto y da paso libre a los miles de viajeros que andan a través de su carne aún reseca y verde, él es un fantasma del amor, como si ella viera que él ríera mientrás fallece, está converso en otra noche, entiendes? Y ella está en medio de su locura trastocada e intercepta su sombra de amor, le besa y él aún no despierta como frío en su inmovilidad simultánea. La noche se hace profunda y más profunda. Las letras se reinventan en su frente amarga. Ella es un respiro y él la toma de la cara y la besa. Y él ahora danza con ella. En la muerte no creo exista otra Luz que le pertenezca. En la noche tan oscura la Luz no dilata sus ojos. Las hojas de cuaderno que antaño posaban libres ahora vuelan a través de la oscura carrilerra de un tren vago que no demora en partir al pasado: son como bellas luciérnagas en la noche de su muerte sin poder ver Luz. Y Luz bailaba con él cuando ambos se quemaban por sí y la noche arañaba la tristeza de sus corazones secos. Una mañana que él se devolvía triste a casa sintió una luz a su interior y se sentó a reposar en un parque certero pero lo que hacía era cerrar los ojos para tratar de morir por primera vez alegre. Nunca creyó estar de nuevo en esa vieja parada de buses en la espesura de la noche y la soledad, otra vez perdiendo hasta su propio rostro. Un momento familiar en que los demonios del pasado solían ofrecer travesuras a su desvencijado cuerpo.
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