cazadora de olvidos
Soy un Dios sin seguidores, un Diablo desterrado del infierno. También he sentido el frío del asfalto y en él he mendigado y llorado. He sentido el desprecio de la ciudad y la naturaleza provoca rubor en mi cuerpo. Me llaman Luis y escucho Lucy (behind me). Everness y la totalidad que imponía su ausencia una tarde de Domingo en el Lourdes cayendo en bloques sobre la nimiedad de la carne. Dos policias a la orden se me acercan y me solicitan identificar quién soy: cómo demostrar el hecho de que yo soy yo más allá del mismo hecho de serlo? Pero acaso este punto de irreductibilidad que me propongo demuestra algo? Y no soy nadie, más que mera distancia entre ellos: un Dios que mendiga profetas, un vendedor de seguros, un amante ebrio, el que baila sin música, el que roba en lo que nada hay que robar. A la persecución de esta identidad inédita se siente un vértigo de despojo horizontal que te logra absorber en miles de idilios de travestis gangrena: Gangrena es la muerte del tejido en una parte del cuerpo. Cómo podemos protegernos de las mismas lanzas que hemos envenenado? Me encantaba ver las luces halógenas en armonía con el carmelí de alegría natural que emanaban sus grandes ojos en caza del olvido, los grandes placeres, la noche absoluta. Su pelo enmarañado en música digital y gigantescas tornamesas arañando el ritmo absoluto de la brillante noche. Ella era Tracy y yo era pasajero de los grandes ángulos conversos en que las dimensiones convergían danza.
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